Esta cuidadora es una defensora inmigrante con discapacidades. Bajo el mandato de Trump, su futuro es incierto.

Una mujer que viste una camisa negra está de espaldas a la cámara.

Madison Alvarado/San Francisco Public Press

Las cuidadoras inmigrantes como Elisa están cada vez más amenazadas con la deportación bajo la administración Trump, presionando una fuerza laboral ya abrumada.

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Cuando Elisa se levantó de su silla en la sede de Mujeres Unidas y Activas, un grupo activista de mujeres latinas e indígenas, buscó un bastón para apoyarse.

Hace unos años, de camino al trabajo, Elisa se resbaló en unas escaleras y sufrió una fuerte caída. El accidente le dejó lesiones permanentes y agravó las deformidades con las que había nacido en ambos pies. Las secuelas han tenido una grave consecuencia toda su vida. De repente, ya no podía trabajar. Sus ingresos desaparecieron, lo que la obligó a abandonar su hogar.

No obstante, Elisa declaró creer que todo sucede por una razón. Ella ha sido cuidadora de personas mayores y discapacitadas desde hace mucho tiempo, además de haberse formado como médica en su país natal. Cuando se encontró en la necesidad de recibir cuidados, acudió a su iglesia y a sus amistades en busca de apoyo.

“Si no hubiera muchas personas buenas en este país, yo no podría sobrevivir”, afirmó. El accidente, agregó, hizo crecer su fe y la “cambió para bien pues ahora puedo entender mejor a la gente que cuido”. También la llevó a emprender el camino del activismo al luchar por los derechos de las personas con discapacidad.

Para Elisa, la organización comunitaria es ahora más urgente que nunca. Como muchas personas que son cuidadoras, ella nació en el extranjero. Su historia es uno de los muchos ejemplos que ilustran cómo los ataques antiinmigrantes del gobierno de Trump están en rumbo de colisión con una crisis nacional de personal en la economía del cuidado. Los programas que apoyan a los adultos mayores y a las personas con discapacidades se enfrentan a recortes, y esas poblaciones dependen cada vez más de personas como Elisa, que, como trabajadora inmigrante discapacitada, es cada vez más vulnerable a la explotación por parte de los empleadores.

A pesar de las consecuencias de su lesión y de tener pocas opciones, ella afirma que hace “todo mi esfuerzo por trabajar”.

The San Francisco Public Press ha decidido no dar a conocer el nombre real de Elisa de acuerdo con la política sobre fuentes anónimas.

El camino a Estados Unidos

La calidez y la vocación de Elisa quedaron patentes desde el momento en que esta reportera e intérprete llegaron para entrevistarla.

“¿Quieren un café o pan?”, nos ofreció tan pronto entramos por la puerta de Mujeres Unidas y Activas, la organización que apoyó a Elisa cuando llegó a San Francisco hace 15 años.

“Cuando llegó estaba pasando una situación algo difícil y sí, tuvo la confianza de hablar con nosotras”, dijo Sofía, organizadora de Mujeres Unidas y Activas y amiga de Elisa desde hace mucho tiempo. Sofía, también inmigrante, también utiliza un seudónimo.

Elisa dijo que la trajeron a Estados Unidos mediante mentiras y manipulación por parte de un novio que le prometió matrimonio y un futuro juntos.

La convenció para que montara un negocio a nombre de él y le dijo que eso le ayudaría a obtener la ciudadanía más rápidamente.

“Con la información falsa que me mostró y un supuesto abogado que aprobaba todo,

además de que yo no sabía inglés, fue fácil para él tergiversar todo y esconder

la verdadera información e intenciones”, dijo.

Su novio lo controlaba todo, desde el dinero que ella ganaba hasta sus conversaciones y su capacidad para salir del país, ya que le quitaba el pasaporte con frecuencia, dijo Elisa.

“Solamente me trajeron aquí para explotarme financieramente y trabajando para ellos”, dijo Elisa, secándose las lágrimas.

Al darse cuenta de que había sido víctima de la trata y de que ya no podía soportarlo más, Elisa comenzó a buscar una salida. Dijo haber fingido estar enferma y haberle rogado a su novio que la llevara al hospital, donde una enfermera la puso en contacto con una trabajadora social. Hizo un plan para escapar y, un día, después de que su novio la golpeara “más fuerte de lo que acostumbraba”, llamó al 911. Su trabajadora social pudo ayudarla a “que saliera más rápido de ese infierno”.

Fue en ese momento de su vida cuando llegó por primera vez a Mujeres Unidas y Activas.

Finalmente, un conocido que sabía que Elisa había recibido formación médica en su país de origen la puso en contacto con alguien que buscaba una asistente de salud a domicilio.

En la actualidad, Elisa tiene dos clientes habituales con los que lleva años trabajando, además de otros que consigue a través de una agencia. Sus clientes habituales la mantuvieron en su puesto después del accidente, a pesar de que su discapacidad limita los cuidados que puede proporcionar.

Nuevos temores bajo el mandato de Trump

Dado que los inmigrantes son cada vez más objeto de las fuerzas del orden federales, Elisa teme ser la siguiente.

A principios de marzo, una de las personas que ayudó a Elisa tras su accidente, y que desde entonces se había mudado a Texas, fue deportada. El hombre, que estaba casado con una ciudadana estadounidense, fue separado de su esposa y sus cuatro hijos, una familia que Elisa describió como pilares de la comunidad.

“Y ellos fueron unas de las personas que me ayudaron muchísimo cuando yo estaba sufriendo y no podía trabajar. Yo quisiera ayudarles ahora de la misma manera y no puedo”, dijo.

Aunque Elisa tiene una buena relación con sus empleadores, su situación migratoria sigue siendo un tema delicado.

“Realmente he tratado de no mezclar eso”, dijo.

No obstante, en la seguridad del edificio de Mujeres Unidas y Activas, vestida cómodamente y con el pelo recogido en una trenza, Elisa no pudo contener sus pensamientos. Estaba ansiosa por refutar los argumentos de la derecha sobre los inmigrantes.

“Dicen que venimos a robar trabajos; ¿por qué a mí me tienen en esos trabajos? Porque no hay nadie que pueda hacerlos”, dijo.

En su caso, eso incluye cuidar de una persona con una discapacidad intelectual que puede ser físicamente agresiva, y no sabe usar el baño ni seguir las normas comunes de comportamiento, dijo Elisa.

“La familia prefiere que yo lo haga como pueda pero que lo haga. Ellos no lo quieren hacer”, dijo. “Tan fácil como que ellos me necesitan y yo los necesito”.

Muchos adultos mayores y personas con discapacidades viven con ingresos fijos muy bajos y dependen de Medicaid, un programa que enfrenta recortes bajo la administración actual. Quienes reúnen los requisitos para recibir atención patrocinada por el estado, e incluso quienes no los reúnen, a menudo contratan a trabajadores inmigrantes con salarios bajos para que les presten asistencia en el hogar porque es lo único que pueden pagar. Sin embargo, la interconexión de estos grupos no impide la explotación de inmigrantes que trabajan de cuidadores.

“Yo sé que soy una mano de obra barata para mis jefes. Yo lo sé porque si le tuvieran que pagar a una enfermera especializada para eso en este país, tendrían que pagar más del doble de lo que me pagan”, dijo Elisa.

Los trabajadores inmigrantes, dijo, “hacemos trabajo realmente pesado y cubriendo horas increíbles, y a veces sin descanso. Sufrimos mucho de robo de salarios porque saben que no nos vamos a quejar, menos ahora. Entonces está habiendo más abuso”.

Las medidas del gobierno de Trump también se ciernen sobre la vida personal de Elisa, pues no está dispuesta a arriesgarse a solicitar asistencia por discapacidad. La dependencia de determinados servicios federales puede ser motivo para denegar una solicitud de visado. Aunque le han dicho que este no es el caso del tipo de visado que solicita —un proceso que ya se ha prolongado muchos años—, considera que correr el riesgo es demasiado alto.

“Una cosa es lo que dicen las leyes y otra cosa es lo que se está haciendo ahorita”, afirma.

La administración ha violado órdenes judiciales para suspender las deportaciones, ha revocado sumariamente los visados de estudiantes activistas y ha detenido injustamente a cuidadanos.

El activismo en tiempos de incertidumbre

Sofía, amiga y compañera organizadora de Elisa, dijo que pudo ver que Elisa era “una persona sencilla, humilde, y con esas ganas de salir adelante. También una mujer muy trabajadora” desde el momento en que llegó a Mujeres Unidas y Activas en busca de ayuda. Sofía elogió la búsqueda de oportunidades educativas de Elisa y el tiempo y el esfuerzo que dedica a la organización.

Hoy en día, Elisa está tomando clases sobre la atención especializada, la administración de la justicia penal y el inglés como segunda lengua.

“Tuve el atrevimiento hace poco de tomar ASL, lengua de señas estadounidense”, dijo sonriendo.

Las actividades de organización de Elisa incluyen la participación en marchas y, en ocasiones, actuar como portavoz de Mujeres Activas y Unidas. En la actualidad, las trabajadoras inmigrantes de Mujeres Unidas y Activas y de otros lugares están “definitivamente más unidas que antes”, dijo Elisa.

Como cuidadora, organizadora, inmigrante y persona con discapacidad, Elisa comprende de primera mano que las personas necesitan apoyarse unas a otras para sobrevivir, especialmente en tiempos difíciles. Sin embargo, su dedicación a los demás está igualmente motivada por su profundo sentido de la empatía.

“Si se afecta a una persona de mi comunidad, me afectan a mí”, afirmó.


Traducido al español por Andrea Valencia a través de Linguaficient, una empresa local que ofrece servicios lingüísticos profesionales. Anabelle Garay, también de Linguaficient, interpretó nuestras entrevistas con Elisa y Sofía, que hablan español.

La Alianza Nacional de Trabajadoras Domésticas ha creado un recurso para ayudar a las cuidadoras inmigrantes a conocer sus derechos en relación con las detenciones y redadas de inmigración, así como las leyes laborales.

Para las personas que emplean a trabajadoras domésticas inmigrantes, Hand in Hand: The Domestic Employers Network ha elaborado una guía para apoyar a los empleados.

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